Fidel

La muerte de Fidel me hizo escarbar en una caja de fotos, llenas del pasado, más de 100 fotos de mi paso por la isla.  Cada una de ellas tiene una historia, al verlas,  inmediatamente  brotan  un monto de recuerdos. Que son estos?, sino la parte inmortal, atemporal de nuestra vida.

Con esos recuerdos prestados por las fotos, escribí  mis relatos anteriores, primero,  la experiencia del viaje hasta Cuba, después, mis primeras horas en la isla de Pinos.

Pero quedaron muchos guardados, que van saliendo de a poco. Recuerdo,  como buen curioso, lo primero que pregunte, cuando llegue a la Habana,  “fue donde vive Fidel, se lo puede ver?” La respuesta fue “si, todos los jueves por televisión”, pero donde vive?. Nadie sabía responder, formaba parte del mito de la revolución, del secreto, del misterio, “es que los gusanos y la CIA,  lo quieren asesinar”, era una de las respuesta más  común. Historias sobre los atentados, me contaron a miles; la imaginación  de mis interlocutores, superaba la Ian Fleming, el creador de James Bond, agente 007. A pesar de lo secreto que era la vida de Fidel, no perdía  la ilusión, “en algún momento lo vamos a poder ver, tiene que venir al Combinado”, me decía.

Así fue, nos informaron que Fidel iba venir a  ver la marcha de la obra. Todos los argentinos dijimos : “Es nuestra posibilidad”. “Si viene al combinado, seguros que habla con nosotros. Somos una muestra de  la  hermandad latinoamericana”

Comenzaron las indicaciones de cómo nos teníamos que comportar cuando venga Fidel, no movernos, no sacar fotos, no hablar, quietos como un poste. Hasta nos dijeron que había franco tiradores, por más que los busque,  nos lo vi. Todo formaba parte de esa novela, para consumo interno, que les hacían a los pobres cubanos. No tenían capacidad de discutir, de pensar, muchas veces ni de preguntar.

Manteníamos la esperanza de la audiencia, la hermandad latinoamericana no nos podía defraudar.

Nosotros,  al igual que cubanos, cumplimos las instrucciones. El no cumplirlas implicaba, tener conflictos  con el jefe del combinado. Ya tenía bastantes problemas  por la manera de transportar y almacenar los insumos, para sumar uno más. Las dos últimas perdidas habían sido, una Prensa, que pesaba unas seis toneladas, y un lío de caños de 6 pulgadas, ocho caños de 6, 40 mts. Al cabo de unas cuantas semanas aparecieron,  con un muestrario de cacas de paloma. Los habían bajado en otro puerto, para facilitar la descarga, y luego, se habían olvidado de subirlos.cuba-colony-007

Los caños no me preocupaban, había podido localizar unos caños soviéticos, pedí una grúa  y un camión y los tome prestados. El problema era la prensa, pero por suerte apareció, solo era cuestión de limpiarla.

Desde temprano nos decían, “ya vine”. “Ahorita”. Claro que el ahorita,  para los cubanos es una variable de tiempo  indefinida, puede ser de unos minutos, meses y hasta años. Siempre nos quedó la anécdota   cuando le preguntamos, a un muchacho que nos hacía de apoyo logístico, (cadete sin muchas ganas) la edad, “Ahorita veinte años” Ah, cuando los cumplís? “La semana que viene, 19 , y ahorita 20”.

articubaNueva Gerona, es una localidad pequeña, sin mucho que mostrar. Una plaza principal, donde estaba nuestro hotel, La Cubana, el hospital y el banco. Una calle principal con casas viejas con la galería  colonial clasica, donde había unos poco  negocios, la farmacia, un comedor «El cochinillo», el gimnasio, con unos cuantos ring de boxeo, un tatami para judo, paralelas y otros aparatos para hacer gimnasia . Había que entretener a la gente. Por la noche estaba lleno, pase muchas  horas mirando entrenamientos box, de judo. Ahí sí, podía hablar con los parroquianos. Alguna vez se me ocurrió subirme al tatami para volver a mi viejo amor, el judo, pero enseguida lo descarte; sacudir al muñeco capitalista iba a ser una diversión. Todos tenían cinturones de color, yo nunca había pasado del blanco.

Al final de esa calle estaba la otra plaza, donde estaba el cine  y  Coppelia, una sucursal de la famosa heladería de Cuba. Muy buenos helados, además como era lo único que se podía comprar por “la Libre”, siempre estaba llena. Eso si los gustos, mucho no se podían elegir, había que optar por el «plato del día», pero lo importante es que siempre había. Eso ya era mucho decir, en un país con tantas escaseces . Veíamos a muchos “compañeros”,  comprar los helados y ponerlos en potes plásticos, sin ningún tipo de aislación, seguro que  llegaban licuados a la casa. La heladera, a pesar del clima,  no era el artículo de hogar más común en sus casas. Muchas veces, al ver nuestra cara da admiración, nos daban explicaciones, “para los niños, para el desayuno, para la abuela”

La comitiva iba a recorrer toda recorrer toda esa calle, pasar por el hotel y tomar la diagonal para llegar al combinado. Cuando salimos del hotel rumbo al combinado,ya vimos el pueblo alborotado, los chicos  de la escuelas primarias, los pioneros, en las veredas formados. Hasta habían traído los  africanos de las escuelas granjas. El  pueblo estaba inquieto, excitado, ansioso, con muchas banderas cubanas flameando, esperando la visita de Fidel.

Las actividades en el combinado se habían parado, es más, no sé si ese día había empezado. Todos los operarios firmes , al borde de las calles interiores. Se parecía a una parada militar, Cuba tiene mucho de eso.

Nos reiteraron las órdenes, no fotos, no moverse, cuando llegue el comandante. Nosotros seguíamos esperando y confiando que la hermandad latinoamericana  nos iba a permitir conocerlo, hasta quizás sacarnos una foto. La espera se hizo larga.

Las calles internas del combinado eran como de una broza, un caolín muy fino, cuando llovía  un pastiche , con la seca  se transformaba en un talco banco que el viento los desparramaba sobre nuestras humanidades. El día que vino Fidel,  hacía  tiempo que no llovía.

Comenzaron los gritos avisando el arribo de la comitiva,  apareciócuba-colony-004 un grupo de jeeps verdes, los  UAZ, en uno de ellos venia Fidel. La comitiva entro por unos de los accesos al combinado, la zona de la planta de latas, una buena velocidad,  y salió raudamente por la de enfrente de nuestras oficinas. No se detuvo. Solo vimos una nube de polvo blanco, con un señor verde oliva, muy inflado, según nuestros confidentes, por el chaleco antibalas, que decía ser Fidel.

De la hermandad Latinoamérica solo nos quedó esta foto sacada de contrabando.

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